Junto a la mesa de la esquina en el café está sentada una pareja de mediana edad. Han terminado de comer y están bebiendo una cerveza cada uno. Son las 9 de la noche, ella está fumando un cigarrillo. Luego él dice algo. Ella asiente. Luego habla ella. Él sonríe, mueve la mano. Luego se quedan callados. A través de la persianas junto a la mesa parpadea una luz roja de neón. No hay guerra, no hay infierno. Luego él levanta su botella de cerveza. Es verde, se la lleva a los labios, le da un sorbo. Es una Coronet. Ella tiene el codo derecho apoyado sobre la mesa y en la mano sostiene el cigarrillo entre el pulgar y el índice y cuando ella le mira, afuera las calles florecen en la noche. Suerte. Hubo una vez en que fuimos jóvenes dentro de esta máquina. Bebíamos, fumábamos, tecleábamos. Fue un tiempo de esplendor. Un milagro. Aún lo es, solo que ahora en vez de ir hacia el tiempo es el tiempo el que viene hacia nosotros y hace que cada palabra taladre el papel. Clara, rápida, contundente. Alimentando un espacio que se cierra.

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